La ideologización del déficit

Por el Ingeniero Esteban Camacho, presidente de la Junta de Participación de Unión Por Todos en la Comuna 5.
 
Es notable como el Gobierno Nacional utiliza falsos enfoques para obtener rédito político de una situación en la cual, indudablemente, muestra en forma reiterada no solo su impericia en materia de gestión de empresas públicas, sino también la esencia de su ideología, consistente en el armado y ensamble permanente de piezas que posibiliten el funcionamiento cada vez más eficiente de su maquinaria de acumulación de poder.
 
Todo ello, por supuesto, en medio de falsas y pomposas argumentaciones, que permiten encubrir sus verdaderos propósitos ante una sociedad que, a esta altura, muestra importantes signos de radicalización y permeabilidad a la lógica perversa del “modelo” dominante. Para ello, el Gobierno Nacional no vacila en dilapidar el dinero de los contribuyentes y malograr el uso de los beneficios económicos provenientes de un contexto internacional tan favorable para nuestro país. Más notable aún es el hecho que un importante porcentaje de la sociedad ha venido adoptando desde hace algunos años, en relación a estos temas y otros igualmente discutibles, una actitud absolutamente pasiva, mansamente contemplativa. Actitud esta última que seguramente la sociedad argentina en su conjunto habrá de lamentar en los próximos años, puesto que ese contexto internacional poco a poco se va tornando más impredecible, y podría ocurrir que en un futuro próximo no sea tan favorable. Los datos provenientes de la crisis europea nos obligan a planificar teniendo en cuenta estos escenarios no tan favorables pero, aún asumiendo un optimismo extremo y suponiendo que el escenario seguirá siendo inmejorable en las siguientes décadas, la cuantiosa pérdida de recursos por causas evitables resulta a esta altura intolerable.
 
Por supuesto, es muy probable que para el Gobierno Nacional la acumulación de poder no resulte una “causa evitable”, pero este hecho está en franca contradicción con los intereses de la sociedad entera, teniendo en cuenta que esa dilapidación de recursos públicos implica restar fondos para llevar a cabo políticas inteligentes en materia de seguridad, vivienda, justicia, salud, educación, etc… El tema se agrava si tenemos en cuenta que el despilfarro de recursos viene acompañado por una notable ausencia de ideas. En efecto, planificar, implementar y obtener resultados concretos mediante políticas inteligentes en los grandes temas de interés nacional, es un proceso que lleva años, y si el “modelo” actual aún no ha dado signos claros de contar con políticas acertadas en estos temas, después de ocho años en el poder, es obvio que no ha sido capaz de generarlas, ni lo será. En cambio, el Gobierno Nacional ha demostrado ser un inigualable generador de fantasías mesiánicas, para las cuáles siempre existen cuantiosos y ávidos compradores, atraídos por la sensualidad del facilismo. Con el tiempo, la burbuja inevitablemente estalla y un baño de realidad muestra claramente que los triunfadores y perdedores son siempre los mismos. No hace falta retroceder demasiado en el tiempo: recordemos cuando nos hicieron creer que los argentinos pertenecíamos al Primer Mundo. ¿Qué nos hace creer que esta vez será distinto cuando los mecanismos de corrupción siguen intactos y hasta perfeccionados y aceitados? La gran incógnita en este momento pasa por ver si el Gobierno Nacional será capaz de desactivar tan eficientemente la fantasía mesiánica que supo construir, una vez que el contexto internacional no resulte tan favorable, asumiendo sus propios errores y sin recurrir a falsos chivos expiatorios.
 
Un caso emblemático en el cuál convergen muchos de los conceptos anteriores, incluyendo por supuesto, la tristemente impune dilapidación de recursos públicos, es el de Aerolíneas Argentinas. La empresa aérea de bandera nacional fue desde su nacimiento una empresa estatal. Como resultado de gestiones precarias por parte de las distintas administraciones, su servicio fue decayendo hasta que, a mediados de los ochenta, durante el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín, se intentó una asociación con la aerolínea sueca S.A.S (Scandinavian Air System), lo cual trajo aparejado fuertes resistencias, especialmente por parte del Partido Justicialista, el mismo que en la siguiente década, ya en plena administración menemista, decidió que había llegado la hora de su privatización a manos de la española Iberia.
 
En ese momento, la opinión pública se mostraba favorable hacia la privatización, dado el tremendo déficit que la aerolínea de bandera acarreaba a las cuentas públicas. Sin embargo, Aerolíneas se privatizó rápido y mal. Los resultados obtenidos por la empresa en manos españolas (Iberia primero, el consorcio Marsans después) no fueron evidentemente satisfactorios, mientras que probablemente la asociación con SAS hubiera sido mucho más significativa. ¿Cuál fue la solución? Re-estatizarla. Ello ocurrió en 2008, pero nuevamente la aerolínea se encuentra en estado crítico, algo inevitable si se incurre en los mismos vicios que llevaron a creer en su momento que había que privatizarla. La razón de su decadencia no debe buscarse entonces en el hecho que sea pública o privada.
 
De todo lo anteriormente expuesto, resulta necesario establecer una primera conclusión importante: poner el foco en fundamentos ideológicos, inducir a pensar que por el sólo hecho de ser estatal la empresa está en buenas manos, sólo conduce a un callejón sin salida, tendiente a justificar una situación indignante con argumentos ligados a aspectos emocionales, vinculados a la construcción epopéyica del famoso “relato” gubernamental, pero que en el fondo sólo intenta enmascarar torpemente una situación cuyo objetivo principal es la búsqueda de una mayor concentración de poder. Se trata de una discusión estéril.
 
Centralmente, lo que nunca deberíamos perder de vista, es que Aerolíneas Argentinas, al igual que casi cualquier empresa, puede estar bien o mal gestionada, de acuerdo a que se privatice correctamente o no, o bien sea conducida o no por las personas adecuadas dentro del ámbito público, respectivamente. La realidad se ha encargado de demostrar que el superávit o el déficit no son exclusivos del ámbito estatal o privado; son exclusivos de la buena o mala gestión, según el caso, sumado a un entorno político favorable, que permita a los administradores actuar con libertad, dentro de la legalidad. La buena gestión no conoce de ideologías, sino más bien tiene su fundamento en la eficiencia, el conocimiento y la experiencia dentro del negocio. Es evidente a esta altura que la decisión de mantener un director no idóneo al frente de Aerolíneas Argentinas (que puede ser idóneo en otros temas, pero evidentemente no en el caso del negocio aéreo), con el déficit aberrante que ha tomado estado público en los últimos tiempos, es una decisión política adoptada en el más alto nivel del Gobierno Nacional. Mientras el dinero de todos los argentinos se dilapida en Aerolíneas ante la mirada atónita y en otros casos indiferente de gran parte de la sociedad, la Presidente Cristina Fernández de Kirchner se limita a hacer silencio. No hay responsables. Nunca los hay. Parecería ser que el sacrificio de los fondos públicos está bien justificado si se hace en nombre de una gesta nacional y popular. Nada más alejado de la realidad, si tenemos en cuenta que justamente lo más saludable para el pueblo consiste en tratar de optimizar los fondos públicos para la obtención de los mayores réditos posibles en materia de servicios de alta calidad, factibles de ser utilizados por el mayor porcentaje posible de la población. En lugar de ello, el Gobierno Nacional se empeña en mantener un directorio inoperante pero fiel a sus antojos y ansias de poder, a costa de la sangría de las arcas públicas. El amiguismo y el clientelismo político terminan de delinear este escenario bizarro, que por otro lado tampoco es exclusivo de Aerolíneas. No es un tema menor ya que, como se mencionara anteriormente, los recursos, aunque sean por el momento relativamente abundantes, no siempre pueden serlo y aún así, en el mejor de los escenarios, no son ilimitados. 
 
Pero pongamos el tema en su justa perspectiva. Aerolíneas Argentinas es, en mayor o menor grado, una empresa muy querida por la mayoría de los argentinos. Nada nos llenaría más de orgullo que contar con una empresa aérea de bandera nacional que se encuentre entre las más eficientes del mundo. La profesionalidad de sus recursos humanos: pilotos, azafatas, mecánicos, despachantes de vuelo, personal administrativo y trabajadores en general, luchando día a día por mantener a flote una empresa que arrastra la pesada carga de políticas y personal directivo desmotivadoramente incapaces, resulta encomiable. Ni los trabajadores mencionados ni la sociedad argentina en su conjunto, merecen este destrato de la empresa por parte del Gobierno Nacional, ya que por otro lado, las posibilidades de una buena gestión pública en Aerolíneas, son concretas, siempre que la irracionalidad de las prácticas gubernamentales se reviertan. 
 
Si aceptamos que los falsos argumentos ideológicos, la ausencia de una administración racional de nuestra línea aérea de bandera y las ansias de acumulación de poder constituyen las causas fundamentales de su decadencia, queda por analizar un tema más: la pasividad social ante el hecho consumado de esa decadencia crónica. ¿Por qué razón a extensos sectores de la sociedad argentina evidentemente no les molesta que nuestra aerolínea de bandera y otras empresas públicas pierdan alegremente cientos de millones de dólares al año cuando podrían minimizarse esas pérdidas y tal vez hasta ser redituables, con un servicio de mejor calidad? Dos de las causas, podrían ser las siguientes:
 
1. Inexistencia de un sentido de pertenencia. Quien posee una casa, un auto o cualquier otro objeto material, lo siente como propio y por ende lo cuida, lo mantiene y lo defiende. Lo siente plenamente propio. Una empresa estatal, en cambio, a muchos se les antoja como algo lejano, una posesión estatal sobre la cual no tenemos ningún control ni injerencia, y por ende no nos pertenece ni es necesario hacerse demasiado problema. Peor aún, muchas veces pensamos que es directamente una posesión del gobierno de turno, mostrando una pobre diferenciación conceptual entre los términos Estado y Gobierno. Por supuesto, los propios trabajadores de esa empresa tienen otra percepción, resultado de una interacción diaria y directa, pero si esa percepción no cuenta con anclaje social profundo, resulta insuficiente. El Gobierno Nacional, atento a sus intereses, se cuida muy bien de evitar educar a la población en estos temas. Socializa sus esfuerzos en lograr sus propios objetivos de estatizar una empresa para su provecho, bajo la fachada ideológica de un vergonzoso relato mesiánico, pero nunca socializa la discusión de cómo administrarla mejor.

2. Desconocimiento de las consecuencias de una mala gestión. Tal vez esto sucede a causa de lo mencionado en el punto anterior. Como sentimos en muchos casos que una empresa estatal no nos pertenece, creemos que su déficit no nos va a afectar. Los costosos y a esta altura intolerables caprichos gubernamentales, empeñándose en mantener directores ineficientes pero serviles en empresas estatales, implica contar con menos recursos para invertir en obras que muchos argentinos necesitan urgentemente para superar una condición de precariedad creciente: viviendas, pavimentos, cloacas, escuelas, hospitales, etc… Extensas zonas del conurbano bonaerense, por tomar sólo un ejemplo, están pobladas por argentinos que sobreviven en condiciones casi infrahumanas. Una realidad demasiado dura, para que los gestores del “modelo” se den el lujo de perder cientos de millones de dólares anuales en empresas estatales que, si hubiera voluntad, podrían estar bien administradas. Esas obras fundamentales están ausentes por falta de recursos. Podemos echarle la culpa a la corrupción ajena por esa falta de recursos, pero en definitiva cada uno de nosotros también somos cómplices si decidimos callar ante la obscenidad de las empresas estatales deficitarias, sólo porque se nos antoja que no somos responsables por su destino.  
 
Aerolíneas Argentinas puede perfectamente estar bien gestionada, en manos del Estado. Sólo se necesita voluntad para ello, renunciando a considerarla un mero instrumento de la política. Se necesitan directores creativos, capaces, conocedores del negocio aéreo, honestos y comprometidos con la compañía. El Presidente de Aerolíneas Argentinas debería ser responsable por sus decisiones, rendir cuentas ante el Gobierno Nacional, pero a la vez, éste último, lejos de atarle las manos con argumentos turbios, originados en sus ansias de concentración de poder, debería apoyarlo y asegurarle la suficiente libertad de acción. Tal vez debería reflexionarse seriamente en el hecho de contar con una supervisión del Congreso Nacional en relación a esta gestión. Aerolíneas puede y debería estar entre las principales compañías del mundo, pero para ello es necesario entender cómo funciona el mundo globalizado. Las asociaciones con empresas aéreas exitosas (como el caso de SAS en su momento), deberían ser percibidas como un desafío para la mejora, no como una amenaza al patrimonio nacional. Los empleados, símbolo del recurso más valioso de la organización, deberían ser reorganizados y capacitados continuamente, evitando el lastimoso derroche de talento, tan característico de las organizaciones estatales argentinas, aunque aquellos que revisten en la compañía como resultado del amiguismo y el clientelismo político deberían ser tratados en función de otros parámetros. Siempre debería asumirse, no obstante, que estos últimos son recuperables para el bienestar de la compañía, pues debe buscarse un desarrollo estratégico de la misma, no un ajuste.  
 
A modo de conclusión, es necesario recalcar que continuar con la fantasía de que la evolución de una compañía pública no influye sobre nuestro bienestar, simplemente porque creemos que no nos pertenece o bien porque no alcanzamos a visualizar la conexión entre nuestra propia calidad de vida y la calidad de gestión de esa compañía, implicar chocar con la realidad, que se encarga una y otra vez de recordarnos duramente que este razonamiento es absolutamente falaz. Por supuesto, seguramente existen muchas otras causas capaces de explicar nuestra aparente falta de interés en la forma que nuestras autoridades gestionan las empresas públicas. Sería injusto a la vez asociar a Aerolíneas Argentinas como causa exclusiva de nuestras desdichas. Aerolíneas Argentinas es un caso puntual, entre muchos otros, dado que sólo es una víctima de la mentalidad gubernamental, esencialmente faraónica, que concibe los bienes comunes de todos los argentinos como instrumentos propios y útiles para la concentración de poder, en lugar de concebirlos como organismos prestadores de servicios de excelencia para todos nosotros.
 
Finalmente, cada vez que escuchemos discursos altamente emotivos, pero carentes de contenido y fundamentos para explicar la mediocridad del “modelo”, recordemos que detrás de las puestas en escena y las lágrimas de algunas de nuestras autoridades, están las lágrimas de millones de argentinos, mucho más genuinas, que sufren en carne propia, más que nadie, en la pobreza o la indigencia, los desaciertos y las manipulaciones de las autoridades políticas. Mientras se pierden por ello millones y millones de dólares, la inoperancia de las autoridades de Aerolíneas son parte de esas lágrimas. 
 
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